jueves, 7 de abril de 2016

Nené Quintero: "Si suena, hace música"



Nené Quintero: "Si suena, hace música"

@mariagfernandez
Carlos “Nené” Quintero (Caracas, 1946) se debate entre “una perola” de aceite y un pupitre de escuela primaria para decidir cuál fue el primer objeto cotidiano que transformó en instrumento musical con sus manos. Este es un recuerdo que cuenta entre risas, mientras sus dedos alternan ritmos sobre la mesa del jardín de su casa en El Llanito. Hoy – continúa– no sabría precisar la cantidad de instrumentos que ha conocido su tacto durante los más de 40 años de trayectoria profesional, en los que ha liderado la percusión en conciertos y discos de figuras internacionales como Celia Cruz, Barry White, Eros Ramazzotti,  Paco de Lucía, Tito Puente, Armando Manzanero, Willie Colón, Miguel Bosé y, por si fuera poco, un listado de artistas nacionales que se extendería, prácticamente, a todas las personalidades de gran o mediano reconocimiento en la música reciente de Venezuela, como apuntó en una ocasión el pianista Gerry Weil.
Aunque fueron las cuerdas  las primeras en cautivar a Quintero en su adolescencia (con un cuatro y, luego, con una guitarra de serenatas para su actual esposa, Daisy) han sido las impecables faenas de percusión de Quintero las que lo han llevado a la cima del reconocimiento musical. La belleza de los ritmos que interpreta, su inagotable exploración de sonidos y, sobre todo, la pasión con la que se relaciona con cada objeto que toca, han hecho que él, quien disfruta también del dibujo y la pintura, sea siempre el merecedor de los mayores aplausos en conciertos en los que ­–¡vaya ironía!– no pretende ser protagonista.
Para este encuentro, Quintero viste una camiseta que le libra del calor y que resalta su tez de herencia barloventeña. Su cabello de rizos blancos (que alguna vez llegó hasta sus hombros) luce corto y despeinado, y se mezcla con los restos de ceniza que caen de El Ávila hasta esta ciudad en la que el Palo de agua que toca este músico no termina de convertirse en gota. Mientras él repasa su historia llueven, sin parar, pequeños restos de un incendio forestal.
–Yo crecí en San Agustín, y en mi casa la cosa siempre fue muy musical. Mi papá era un gran melómano que escuchaba todo lo que sonaba en su tiempo, lo tropical, lo clásico... también era muy gardeliano, siempre con su sombrero, y mira que puede ser por eso que yo me  llamo Carlos (...). En el barrio, había personas que venían de varios estados, con su música y sus tradiciones, y de niño los veía tocando en las festividades. Ver tantas expresiones de gente que venía a la capital a buscar futuro me dejó marcado en términos musicales.
Fue al arribo de los 20 años cuando Quintero inició su acercamiento profesional a la percusión, con apoyo de un músico cubano llamado Pedro García, quien llegó al barrio como parte de la orquesta del boxeador “Kid Gavilán”. Luego, probó con agrupaciones de otras figuras locales como Mon Carrillo y Frank y su tribu, para pasar a integrar, ya formalmente, bandas como Los Dementes, el Grupo Pan y Daiquirí a partir de los años 60. Además, se acercó al cine y a la publicidad con bandas sonoras y jingles.
Cuando Quintero sube a un escenario, le otorga a cada extremidad la capacidad de generar ritmos. Coloca en sus tobillos cascabeles y pequeñas maracas indígenas e hindúes, y alterna en sus manos instrumentos (generalmente no convencionales) con los que logra sonidos que van desde la más sutil imitación de la brisa (con una manguera a la que hace girar en el aire) hasta un violento golpe de tambores costeros, que son lanzas certeras a las caderas.
–Lo primero que yo hago es relacionarme con los objetos, sentarme a sacarles todos los sonidos que sean capaces de lograr. Por ejemplo, mi esposa me vive escondiendo dos ollas de la cocina que me encantan porque están afinadas en La y Do (risas). La gente dice que yo descubro sonidos, pero creo que lo que hago es investigar y ser curioso con lo que llega a mí. Por ejemplo, tengo un tambor de fulía y nunca he tocado una fulía con él, sino que uso su color para otras cosas.
Lo primero que yo hago es relacionarme con los objetos, sentarme a sacarles todos los sonidos que sean capaces de lograr.
–¿Todos los objetos pueden producir música?
–Si suena, hace música, o al menos ritmo. Mira – con sus grandes manos, Quintero señala tres vasos que reposan en la mesa y empieza a rozar sus bordes con las yemas –. Aquí, por ejemplo, como es distinta la cantidad de agua, tenemos sonidos distintos. Con cinco vasos así ya podríamos hacer una canción. Mi trabajo es combinar cosas que ya existen y hacerlos sonar hasta hacerme sentir de la mejor manera.
–Entonces, siempre debe estar con los oídos atentos...
–¡Sí! Yo ando por la calle escuchando, aquí y en cada lugar que he tenido la suerte de conocer en el mundo. Así es como he llegado a instrumentos foráneos, a cosas que existen pero que aquí no se han puesto a sonar, que se vinculan con espacios particulares.
Quintero se levanta y, con ayuda de Daisy, busca y llena de agua dos envases, sobre los que coloca taparas. Cuando las toca en distintos lugares, logra varios sonidos ahogados, hace un ritmo de bajos. “Esto lo vi en uno de mis viajes y lo traje para acá. La cadencia de los instrumentos (y de los lugares) siempre debe ser mostrada”.
–¿Cómo suena Caracas?
–Caracas tiene muchos sonidos. Una de las cosas que más me impresiona es el murmullo que oigo desde El Ávila. Es intimidante. Oyes el caos de todo lo que está pasando ahí abajo, lo bueno y lo malo, como si fuera una selva que no para nunca. En general, las grandes ciudades suenan parecido: cambian los idiomas, pero no las preocupaciones.
Caracas tiene muchos sonidos (...) me impresiona el murmullo que oigo desde El Ávila
–¿Por qué no ha realizado hasta ahora un concierto o disco individual en el que sólo exhiba esos sonidos que ha encontrado? 
–¡Nooo, chica, moriría de nervios! Siempre he preferido estar bajo perfil y, aún con tantos años, siento temor cuando tengo un concierto o una entrevista. Me han hecho ofertas así en mi vida y siempre digo que no. Ahorita estoy estudiando un concierto sinfónico con 20 tumbadoras, pero no sé... Además –sonríe– manejar un grupo de músicos no es fácil, y mira que de paso ni siquiera tengo agente, mi esposa me ayuda.
–¿Y entonces cómo se ha dado a conocer entre tantos grandes artistas?
–Porque  han escuchado mi trabajo. La música me ha dado todo en la vida: el aplauso de la gente, la confianza de tantos artistas, los viajes, la posibilidad de oír muchas cosas y, también, la de ensayar aquí en mi casa, ¡con humo y todo! (risas). Nunca he pensado dejar la música, supongo que será ella la que me deje algún día.

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